Alejandro Rodríguez Cortés*.
Luego de semanas con un perfil público más bien discreto, que incluso alimentó rumores sobre su salida del círculo de poder del presidente Andrés Manuel López Obrador, regresaron al escenario estelar dos personajes siniestros: Manuel Bartlett Díaz y Hugo López Gatell.
Y lo hicieron con la marca de la casa: la soberbia de quienes se saben cobijados por el presidente de la República más poderoso que hayamos tenido en la joven democracia mexicana, paradójicamente amenazada por la andanada de señales autoritarias y autocráticas.
El despropósito de reforma energética propuesto por la mal llamada Cuarta Transformación hizo que el neoliberal exdelamadrilista, exsalinista, exzedillista y ahora feroz obradorista Bartlett, diera el viernes pasado una larguísima conferencia de prensa que más bien pareció un manifiesto proestatista y antiempresarial que la defensa técnica y razonada de la iniciativa legislativa.
Escuchamos a un petulante titular de la Comisión Federal de Electricidad insistiendo una y otra vez que la Constitución prohíbe lo que actualmente permite, merced a una reforma que data del 2013 y que -a pesar de la perorata del actual gobierno- ha traído inversiones e infraestructura privadas que abarataron la generación de electricidad en México, así como un nuevo horizonte de transición energética hacia la modernidad y la sustentabilidad.
El licenciado Bartlett, el mismo acusado de manipular la elección presidencial de 1988, de hacer multimillonarios negocios al amparo del poder y de recibir ahora beneficios políticos en pago a favores otorgados a la larga campaña de Andrés Manuel López Obrador en pos de la presidencia, no quiere saber nada de los empresarios cuando él, sus hijos y su pareja sentimental lo son.
Por el tono de sus peroratas hace pensar que si ahora desdeña la competencia privada en electricidad es porque hoy él dirige la empresa estatal que busca ser nuevamente monopólica a pesar de su obsoleto modelo de generación y de una realidad global distinta. Pareciera que más que defender un modelo se defiende a él mismo y a una visión anacrónica de la política, por no decir que a sus personalísimos intereses.
No hay por qué indemnizar a nadie, sentencia ante la pregunta de la cancelación de contratos de generación eléctrica plenamente vigentes y en curso. Lo subraya una y otra vez sin recordar que se trata de compromisos del Estado mexicano (que no de los gobiernos pasado o presente) protegidos por legislaciones internacionales y por acuerdos comerciales como el TMEC. Como si quisiera repetir lo que ya pasó con otros casos de gasoductos en los que México tuvo que pagar más de lo que supuestamente se iba a ahorrar, en litigios perdidos por incumplimiento contractual.
En fin, mientras Manuel Bartlett dirige desde alguna de sus múltiples casas la apasionada defensa de la “soberanía energética”, otro personaje impresentable salta al ruedo de la ignominia e indolencia criminales: Hugo López Gatell.
El responsable de la tragedia pandémica mexicana había sido relegado de las mañaneras. Pero justo cuando la insistencia reporteril hizo que el presidente de la República nuevamente defendiera su lamentable actuar, tomó vuelo para mostrar de nuevo su rostro más ufano, chocante y soberbio.
En un evento del escritor Paco Ignacio Taibo II, uno de los radicales del obradorismo, Gatell retomó innecesariamente su debate ya perdido sobre el uso del cubrebocas; y pareció decir: los pendejos son ustedes por creer que es útil. Claro, cubrió su insolencia con un choro mareador de “egoísmo individual” en lugar de “uso social” del accesorio sanitario preventivo.
Al final de un evento evidentemente controlado, en casa cuatrotera, el “doctor Muerte” fue ovacionado y hasta halagado con un gran ramo de flores, que para mí simbolizaron siniestramente los cientos de miles de muertes derivadas de su incapacidad.
En fin, dos botones de muestra que volvió a zurcir el sastre de Palacio Nacional en el traje de un gobierno fallido.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista
@AlexRdgz