“¡Se cayó el internet!”

Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon Gorn.

Santiago es mi hijo menor y es víctima de las escuelas alternativas. Debo decir en mi favor, que ése fue el único pacto que hicimos Elvira y yo, antes incluso de concebirlo. Un día la Báez me dijo muy seria: “Sí, tengamos un hijo, pero de la educación formal me encargo yo”; ante tal jaque mate no me quedó más que sonreír con esa mueca que sabe a “ya ni le pienses, hay batallas que se pierden antes de empezar”, y me convencí de que mi prenda amada sabía lo que hacía igual que como lo hace conmigo. Recuerdo una anécdota que alguna vez mi padre compartió conmigo. Resulta que Don Hermilo Abreu Gómez organizó en alguna ocasión una fiesta faraónica en la que se cansó antes de tiempo y se fue a dormir, al amanecer se asomó y sentenció: “No sé si esta magna reunión ha sido en mi honor o en mi desdoro”. Yo, como don Hermilo, tampoco he querido averiguar el resultado de ese pacto.

El caso es que Santiago a sus 9 años fue a nuestro estudio en por lo menos 6 ocasiones a decirnos que no había redes, que todo estaba pésimo. Luego entró y nos dijo “¡puta madre!, ¿qué no se dan cuenta de la gravedad?” y abundó, “¡esto tendrá consecuencias terribles!”. Yo enmudecí, las palabras altisonantes crecían. Su madre, quien oscila entre su British education system y las escuelas alternativas lo miró enfurecida; Santiago hizo gala de su vena científica y pronosticó: “¡así el mundo se va a acabar!”. Yo preferí salir del espacio de la batalla y lo demás se desarrolló a través de un dialogo áspero del que pude solo percibir los “bullicios”, digámoslo así, para ser elegantes y salvar las imágenes de estos seres a quienes aprecio.

Ese día, el mundo experimentó la falla masiva de un conglomerado de empresas que no necesita, pero del que cree depender. Una de las compañías estrella de la web 2.0, Facebook Inc., sufrió un apagón que muchos vivieron como si de un corte al suministro eléctrico de proporciones titánicas se tratara. La falta de luz causada por la vorágine de un huracán se quedó corta frente a la herida que representó para millones la imposibilidad de conocer los recovecos de las vidas de puñados de desconocidos en tiempo real.

¿Que hubo pérdidas económicas? Eso ya lo sabemos todos. ¿Que varias empresas pequeñas y medianas dependen de la promoción que se hacen en redes? Ni cómo negarlo. Pero somos adultos y no podemos vivir sólo de fantasías, de plano nos instalamos en ese imaginario. Lo que realmente nos dolió fue el golpe que recibimos directamente en la inmediatez , la nube frente a los ojos que cegó la vigilancia permanente que ejercemos todos hacia (¿en contra de?) todos.

Fue por eso que los usuarios escaparon en bandada hacia Twitter. La falta de acceso en directo a las trivialidades de los otros se vivió como un nado a mar abierto para quien no sabe ni flotar en un chapoteadero. La asfixia se apoderó de los corazones del internauta, quien, presuntamente, ve en la web 2.0 la herramienta para conquistar la democracia, pero que en realidad poco hace más visitar obsesivamente contenidos vacuos y, de vez en cuando, si tiene ganas, linchar a uno que otro personaje marcado como pérfido por un opinador y llamar a eso justicia.

Lo duro no fue dejar de enterarse de la realidad política del país y del mundo por unas cuantas horas (porque, ¿quién se informa realmente en Facebook? A Facebook uno acude, en todo caso, a desinformarse, que para eso tienen los diarios digitales sus propios sitios web), ni desconocer el paradero de familiares y amigos que perfectamente pueden hacer una llamada telefónica, enviar un SMS o utilizar otro servicio de mensajería instantánea; lo duro fue cortar de golpe y sin aviso el suministro de estímulos nuevos e inagotables. La posibilidad de evitarle a la cabeza el cansancio de la concentración, permitiéndole los placeres onanistas de mirar cada milisegundo una refrescante imagen nunca antes vista que en absoluto será de utilidad, pero que dará a nuestros engranes el opio necesario para soportar la monotonía.

“¡Se cayó el internet!”, gritaban a los cuatro vientos los más arrojados. Lo gritaban, por supuesto, desde Twitter, Tik Tok o cualquiera de esas maravillosas, democráticas y participativas herramientas con las que la web 2.0 ha tenido a bien iluminarnos. Las teorías conspirativas empezaban a circular y hubo quienes veían en la falla del gigante de Silicon Valley la llegada de uno de los jinetes del Apocalipsis o la prueba inequívoca de que el fin del mundo había iniciado en 2020. Porque, claro, los muchos desastres que ha enfrentado el planeta recientemente son comparables con la imposibilidad de dar un like en tiempo real.

“¡Se cayó el internet!”, aunque las funciones realmente revolucionarias de la red no dejaron de ocurrir. Los informantes siguieron compartiendo historias cruciales y encriptadas, con la posibilidad de tirar del pedestal a decenas de corruptos, con sus pares periodistas. Las policías informáticas del mundo continuaron sus labores. La educación en línea se mantuvo en pie, formando a millares de educandos cuya ubicación, cuyo cansancio por el sistema escolarizado, o, incluso, cuya discapacidad, hace de este medio la única vía para tener acceso a este derecho humano. “¡Se cayó el internet!”, se lamentaban quienes lo utilizan para compartir videos de Tik Tok con sus contactos de WhatsApp hasta que también se cayó.

Hubo quienes tuvieron el cinismo de decir que esta caída era un atentado más contra las libertades de expresión y de asociación. “Antes derribaban puentes y cerraban carreteras”, reflexionaban, señalando a Facebook como el semillero que ha gestado las revoluciones del mundo moderno. Así que el gigante espía, vigilante, que alimenta su emporio oligarca de las vidas de las masas, sin darles a éstas retribución alguna, no es en su cabeza la forma más perfecta del capitalismo rapaz, sino un héroe de la talla de los libertadores más valientes de la historia.

“¡Se cayó el internet!” y quizás sí. Quizás sí se derrumbó escandalosamente el día en que la promesa de la información, la democracia y la participación quedó reducida al sistema de vigilancia permanente, a la pútrida granja de datos, que es hoy. Me uno a su réquiem. Es una lástima que esa caída, contraria a la de Facebook, parezca no tener reversa, y creo que Santiago se quedó corto en su presagio, el que sabe, sabe, ni modo.

Manchamanteles

La dependencia que muchas empresas pequeñas y medianas tienen hoy hacia Facebook es innegable. Quizás sea hora de repensar sus estrategias de publicidad y ampliarlas un poco. No hay que olvidar que sus cuentas en Facebook son propiedad de Facebook, no suya.

 

Narciso el Obsceno

Hoy Narciso ya no se mira en el espejo. Hoy la pantalla de su smartphone hace las veces de la mano precoz adolescente que alimenta una fantasía que no se mantiene en pie si no es mediada y observada por cuando menos un extraño.

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