Rubén Cortés.
Fruslerías como la carta que envió esta semana al presidente de México, son para Biden espejitos que vende el imperio a cambio de que el vecino le contenga las entradas ilegales por la frontera, y permita a sus agentes antinarcóticos trabajar aquí libremente.
Son espejitos, porque el mensaje es una sarta de frases hechas que no dice nada. Aunque espejitos valiosos para el presidente de México: le sirven para armar, ante sus seguidores, una narrativa patriótica de respeto e independencia, por parte de la potencia.
La realidad es que, a cambio de la carta, México despliega su Ejército para impedir que los migrantes crucen a Estados Unidos; y quita presión a las limitaciones que puso a la operación de agentes encubiertos de la DEA, dentro del territorio nacional.
Porque la carta de Biden, elogiando los programas del presidente de México para capturar votos (como Jóvenes Construyendo el Futuro y Sembrando Vida) llegó horas después de acuerdos entre delegaciones del más alto nivel de México y Estados Unidos.
Reunión antes de la que el embajador estadounidense, Ken Salazar, dijo que la prioridad era que México permitiese a sus agentes volver a operar aquí, con intensidad y cantidad para colectar datos de Inteligencia sobre los cárteles, como hasta hace unos meses.
En el entendido de que el presidente de México gobierna con base en la propaganda, quiere decir que en la negociación “algo por algo” (quid pro quo le llaman los diplomáticos”) la carta, que para Biden es un espejito, para el mandatario mexicano es oro molido.
El presidente mexicano gana, pues puede presumir el respeto y la felicitación de Biden a los programas bandera de su gobierno, y afloja, sin admitirlo, la Ley de Seguridad que oficialmente frena las operaciones antidroga de la DEA en territorio nacional.
También gana Biden: no necesita anuncios sobre la permisividad a la DEA, sino que ésta pueda trabajar tranquilamente aquí; y no le cuesta nada elogiar a Jóvenes Construyendo el Futuro o Sembrando Vida, siempre que no les tenga que meter ni un dólar.
Las relaciones del presidente de México con Biden funcionan igual que como funcionaron con Trump: puede hacer lo que quiera en México, que Estados Unidos no se mete, siempre y cuando México le cuide la frontera y permita operar a la DEA.
Es decir, el presidente mexicano les ha ganado la mano a dos presidentes estadounidenses seguidos, al estilo de si te metes en mi deriva hacia el autoritarismo castrochavista, abro la frontera a los migrantes y cierro el país a la DEA. Y Washington ha cedido.
Porque en este momento trascendental no le preocupa la construcción, aquí, de un gobierno unipersonal apuntalado por los militares.
Se llama miopía histórica.