Alejandro Zapata Perogordo.
En Latinoamérica se perciben dos administraciones populistas divergentes: Brasil y México, la primera considerada de derecha; mientras que la nuestra se le ubica en la parte contraria, a ambas se les critica por sus excesos, tanto Bolsonaro, como López Obrador, sobresalen por sus peculiares estilos de gobernar, catalogados como autoritarios, regímenes surgidos en contextos de crisis históricas, de gobiernos oligárquicos y la necesidad de una transformación.
Los dos presidentes comparten rasgos similares en la manera de gobernar, el populismo implementado en ambos países deriva de fuertes controles a partir de procesos democráticos legítimos, causa que han tomado interpretando a su manera la voluntad popular, bajo la consigna de que fueron limpiamente electos y, en consecuencia, justificar sus acciones encaminadas a la concentración del poder.
En México el régimen ha aprovechado las coyunturas políticas en beneficio de la estrategia oficial, comenzando por la crisis y fragilidad por la que atraviesan los Partidos Políticos, que no han podido ser una real oposición para contrarrestar las acciones autoritarias y, evitar el debilitamiento y desmantelamiento institucional.
Así, el Presidente se erige como el defensor de la soberanía nacional, haciendo descansar sus decisiones sobre la base de rescatar y proteger a ésta; los discursos y mensajes que diariamente se abordan en la mañaneras, son para hablar de su compromiso con la justicia social, sus políticas redistributivas y su lucha contra el neoliberalismo, aunque solo quede en palabrería.
Los ataques frontales descalificando a los medios de comunicación, a sus adversarios políticos, que inclusive los persigue, también a quienes no piensan como él, por supuesto a las clases medias y, ahora hasta en contra de la comunidad científica a quienes a través del Fiscal los señala como delincuentes organizados, lo que ha provocado una intensa ola de comentarios contrarios y duras críticas frente a esa acusación, constituyen parte importante para sembrar la idea sobre la necesidad de Estado para excluir a sus oponentes.
A pesar del compromiso público adoptado para no intervenir en los pasados procesos electorales, fue por demás evidente la inclinación oficial en los comicios, desbalanceando la equidad en las contiendas y consintiendo la operación de la delincuencia organizada, favoreciendo a los candidatos de su partido.
Además, se ha cercenado la democracia participativa y deliberativa, pues se han dejado de lado las políticas de participación social, aunado al inexistente espacio para discutir y debatir las ideas, ni siquiera en el parlamento, pues hacen uso de una aplanadora legislativa para sacar adelante las iniciativas de ley.
El tema de la corrupción sigue en boga, solo se ha utilizado para vengarse de los enemigos, sin que realmente exista un verdadero combate, la forma selectiva para fincar responsabilidades es una constante para desprestigiar y deshacerse de gente incómoda, sin que realmente se apliquen sistemas efectivos para contrarrestarlo.
El populismo es un extremo en cualquier tipo de régimen, que tarde o temprano nos conduce a limitar las libertades y erosiona el sistema democrático, permutando el pacto social con el subordinado yugo ante el mítico mesías.