Alejandro Rodríguez Cortés*.
Ya que está tan de moda hablar de historia patria, hagámoslo en este espacio de opinión, pero acotemos los hechos -definitivos para México- a los últimos 3 años y a octubre, el mes que acaba de iniciar. En una de esas proponemos un par de fechas que se marquen como icónicas para generaciones futuras que estudien sobre lo que sucedió en tiempos de Andrés Manuel López Obrador.
El presidente de la República se saldrá con la suya en cuanto a pasar a la historia. Pero no lo hará como lo tiene previsto: la mal llamada Cuarta Transformación no inició el 1 de julio de 2018, cuando en su tercer intento AMLO ganó claramente las elecciones presidenciales. Tampoco debe marcarse destacadamente en los libros de historia la fecha de su toma de posesión, el 1 de diciembre del mismo año.
No. La desgracia de un gobierno fallido inició en un mes de octubre, hace exactamente tres años. Fue el 29 de octubre de 2018 cuando el ufano presidente electo anunció la cancelación de una obra de infraestructura que llevaba el 40 por ciento de avance, miles de millones de pesos invertidos, otros tantos comprometidos y la esperanza de contar por fin con aeropuerto de clase mundial en una de las principales economías del mundo. Y sí, hablo de México, con todo y sus innegables problemas de los que se aprovechó un movimiento político y social engañoso y vendedor de utopías irrealizables.
Ese día, tras 3 jornadas de una consulta popular sin pies ni cabeza jurídicos o democráticos, tuvo lugar la primera de incontables promesas incumplidas de López Obrador: en 3 años estarían listas las dos pistas del aeropuerto de Santa Lucía y la conexión vial entre este aeródromo y la vetusta terminal aérea que todavía padecemos en la zona del Peñón de los Baños. A unos cuantos días de cumplirse el plazo, es obvio que ello no será posible.
Pero la trascendencia histórica no está en ese compromiso deshonrado. Todos los indicadores de crecimiento económico, inversión productiva, confianza, certeza y flujo de capitales hacia México tienen en el mes de octubre de 2018 el punto de quiebre hacia abajo, en una tendencia que jamás cambió y que luego tuvo en la pandemia su perfecta pero tramposa justificación.
Como en la discusión sobre la fecha exacta de la consumación de la independencia nacional, los puristas pueden alegar que en realidad el aeropuerto de Texcoco murió hasta el 4 de enero de 2019, cuando se detuvieron definitivamente las obras que continuaron veladamente durante algunos meses con la esperanza de que se corrigiera tal barbaridad. El hecho es que octubre marcó el inicio del fin de este gobierno aún antes de iniciarse.
Tres años después, sugiero otro hecho lamentable para que octubre se convierta en el mes antipatrio: su inicio ha marcado otra fecha deleznablemente histórica con la presentación de una iniciativa de reformas constitucionales en materia energética que constituyen un intento alocado del necio mandatario por erigirse en el nuevo nacionalizador de la industria eléctrica nacional.
Porque aunque se niegue un afán estatizador, el 1 de octubre de 2021 quedó ya marcado por la ignominia del retroceso, de la nostalgia setentera por un Estado que quiere ser de nuevo es juez y parte, jugador y árbitro, regulador y regulado, en un mundo que avanza justamente al contrario.
Andrés Manuel López Obrador promete energía accesible y barata. ¿Por qué habría de cumplirlo si ni siquiera fue capaz de honrar compromisos más simples como la construcción de una pista aérea? Además, se trata de una promesa que ni siquiera depende de cuántos ingenieros y albañiles despliegue, sino de una realidad inconmensurable de competencia económica, de economías de escala, de transformación energética en la que ya no hay que ver hacia los combustibles fósiles sino hacia las energías renovables en las mejores condiciones posibles de sustentabilidad ambiental y financiera.
Octubre de 2018: el inicio del derrumbe. Octubre de 2021: la ratificación de la inviabilidad, de la negación, de la involución.
A diferencia de una arbitraria decisión de poder que nos hizo perder miles de millones de dólares que seguimos y seguiremos pagando los mexicanos, ahora falta la palabra del Congreso de la Unión, cuya composición recién cambió merced a un proceso democrático que a gritos pidió contrapesos políticos.
Veremos si diputados y senadores se comportan a la altura de las circunstancias, o si avalan que, así como septiembre es símbolo del orgullo de ser mexicanos, octubre siga convirtiéndose en el Waterloo de una nación cuyo legítimo pero desvariado líder se empeña en mirar hacia el pasado en lugar de apostar a un futuro venturoso donde ya no caben conceptos ramplones de soberanías mal entendidas.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista.
@AlexRdgz