Por. Patricia Betaza
Horas antes de que entrara el “cambio de semáforo” a amarillo en la CDMX, la gente se volcó a restaurantes y centros comerciales. Fue un domingo con demasiado movimiento de personas en todas partes. El doctor Alejandro Macías, reconocido infectólogo escribió en Twitter. “Ya viene el declive de contagios, pero los muertos diarios por COVID-19 suman centenas. Aunque hay una caída de casos nuevos en México, tenemos aún demasiada muerte y terapias intensivas llenas de casos que se gestaron en semanas anteriores”. Ese es el punto que quiero destacar: las muertes siguen imparables por el coronavirus. Los domingos son los días en que usualmente se reportan menos muertes, pero suman decenas, 272 para ser exactos. Sólo hay que ver los registros de la última semana: 725 muertes el sábado, 993 el viernes, 1,177 el miércoles… así hasta que según el último corte 263 mil 140 fallecimientos desde el inicio de la pandemia. México ocupa el cuarto lugar a nivel mundial en número de muertes, por debajo de Estados Unidos, Brasil e India. Efectivamente, la economía se tiene que reactivar, la gente tiene necesidad de convivir, salir de las cuatro paredes; pero que no se nos olvide, o nos quieran hacer olvidar que la pandemia ya pasó. No se trata de vivir con paranoia, pero también es evidente que los cientos de muertes diarios ya no sorprenden. En un recorrido que hice este domingo en zonas como Tacubaya, Coyoacán, San Ángel y Escandón los restaurantes estaban a su máxima capacidad, había hasta cola en algunos de ellos. Los tianguis y los centros comerciales también estaban llenos de personas. Con el COVID como con el crimen organizado: sus muertes ya no sorprenden. No, no son normales tantas muertes. Mientras la población no esté vacunada en su totalidad todos seguimos expuestos al SARS-CoV-2. Y aun vacunados completamente, el cubrebocas es fundamental para evitar contagios. La ventilación de los espacios comunes es necesaria si queremos que una reunión familiar o amistosa no se traduzca en tragedia. La pandemia nos obliga a hablar con dureza o ¿ya le perdimos el miedo a la muerte?