Marissa Rivera.
Nadie podría negar que el sistema educativo en México tiene profundos rezagos y, no a partir de la pandemia, sino desde hace muchas décadas.
Tampoco podemos ocultar que el regreso a clases era una necesidad. No solo para regresar la convivencia entre los más afectados de la pandemia, los niños, sino la interacción maestro-alumno, porque las clases en línea solo mostraron sus deficiencias, se aprendía poco y se desgastaba mucho.
La duda es, ¿si era urgente regresar en uno de los peores momentos de contagio?
Es un secreto a voces, que los maestros están molestos, pero tienen que acatar en silencio, las instrucciones.
Volver a las aulas en medio de la incertidumbre, sin información clara, sin el abastecimiento federal de los principales aditamentos: ni cubrebocas ni gel. Algunos aún sin vacunar. Vamos, como ir a la guerra sin fusil.
Los estudios ratifican que los niños y adolescentes son la población más afectada durante la pandemia, que sus emociones están alteradas, que su salud mental se ha visto afectada, que han aumentado la violencia intrafamiliar y los suicidios.
Pero las familias tienen miedo al covid-19. Por ello muchos prefirieron seguir las clases desde casa. El tema es complejo. Casi imposible combinar las clases con algunos estudiantes de forma presencial y otros desde casa. No se tiene la tecnología para hacerlo, tampoco la experiencia de los docentes, ni los espacios adecuados.
Transcurrieron 17 meses y las autoridades ignoraron el tema. Intentaron hacerle frente con clases por televisión y en línea, pero ahí se quedaron. Nadie se ocupó del siguiente paso. No se destinaron recursos para acondicionar las aulas para un regreso a clases que tenía que ocurrir.
Las escuelas se convirtieron en un basurero, sin mantenimiento, ni aseo, olvidadas por todos y con muchas carencias. Por ejemplo, hay miles de escuelas que no tienen ni agua. Imagine usted, las escuelas del sur del país.
El presidente se empeñó que los niños y jóvenes regresaran a clases, a pesar de que la “tercera ola” ha pegado fuerte. Una terquedad en la que no había marcha atrás. Sobre todo, porque considera que quienes no quieren el regreso a clases son sus detractores.
Y además fue enfático: “llueve, truene o relampaguee”, el 30 de agosto será el regreso y así ocurrió.
Lo deseable es que con el regreso a clases no se dispararan los contagios, que de por si son preocupantes por rebasar los 20 mil diarios, en las últimas semanas.
Sin embargo, los especialistas lo perciben como algo inevitable, sobre todo, por la alta contagiosidad de la variante Delta, aunado al rechazo del presidente de vacunar a los adolescentes entre 12 y 17 años, a pesar de que Pfizer está autorizada para aplicarse a personas de esas edades.
Por el bien de todos, ojalá que no aumenten los contagios. Que haya corresponsabilidad de todos.
El primer filtro, sin duda, es en casa. Desde el inicio de la pandemia supimos que, si no nos cuidamos nosotros, no nos cuidará nadie. Por lo que más nos vale hacer lo que nos corresponde. Mientras las autoridades sanitarias siguen con estadísticas en lugar de estrategias.
“Tenemos que correr ciertos riegos” dijo el presidente. Con casi 260 mil personas fallecidas –oficial-, hay miles de familias que ya saben lo que es correr un riego.
Y lo secundó Hugo López Gatell, quien aseguró que mueren más niños por accidentes o tumores, que por Covid-19.
Pues con la bendición y con la seguridad en nuestras manos, bienvenido sea el nuevo ciclo escolar.