Alejandro Zapata Perogordo.
El titular del Ejecutivo Federal comenzó a ejercer el cargo como Presidente aun antes de la toma de posesión. Después de las elecciones con una gran legitimidad proveniente de las urnas, todas las decisiones importantes pasaban por su aprobación, quizás el tema más palpable estuvo en la negociación del T-MEC, donde su intervención se hizo patente.
A partir de esos momentos, las riendas del país han ido girando a su alrededor, sin dejar hilos sueltos, todo pasa por el tamiz del Palacio Nacional. Cualquier tema debe ser consultado y aprobado en la sede del zócalo capitalino, si no es que decidido y ordenando su obligatoria cumplimentación a los subalternos, que en muchas ocasiones se enteran por los medios que cubren las mañaneras.
La peculiar forma de hacer política llevó a pensar que venían cambios profundos haciéndolos descansar en principios democráticos; institucionales; y reconociendo la pluralidad. El país necesitaba una transformación con visión de estado, comenzando por la redignificación de la actividad política.
Nada de eso ha ocurrido, los problemas que desde antes de su arribo existían, todavía continúan y se han agravado, algunos otros que llegaron durante la actual administración, se manejan de una manera francamente desoladora, demasiada verborrea, explicaciones no pedidas, justificaciones, pretextos, distribución de culpas al pasado, pero de resultados: pocos.
Se presumió un gobierno abierto, transparente y tolerante, atributos de los que carece. La cerrazón e intolerancia se han apoderado de la administración, la descalificación a sus adversarios políticos es el pan de cada día, no soportan la crítica y es práctica común las confrontaciones con diversos segmentos de la sociedad, inclusive con muchos de quienes creyeron en él y lo apoyaron.
Tiene razón en el aspecto de pretender gobernar con su línea de pensamiento, finalmente una mayoría lo eligió sobre esa base, donde se encuentra equivocado, es en querer aplastar a quienes no piensan como él y además critican sus formas impositivas, pues uno de los pilares de la democracia es precisamente disentir.
Por otra parte, un sello característico es alejarse de la verdad, regularmente la distorsiona y se aparta de ella, utilizando la ya célebre frase: “yo tengo otros datos”. Esa particularidad, es motivo de descrédito institucional y de mofa popular.
Cabe agregar, que no tiene contrapesos sólidos, si bien existe oposición, ésta no se encuentra en sus mejores momentos. Así, ha tenido la oportunidad de gobernar a su antojo el país, dejando una estela de pobres resultados.
En vez de utilizar la fuerza ciudadana coordinando esfuerzos mediante la democracia participativa y deliberativa, alienta distractores, nos somete a ejercicios poco útiles como la consulta y, nos envuelve en un proceso de fragmentación social.
La realidad nos rebasa y los tiempos se agotan, la situación actual advierte momentos de incertidumbre, la nueva transición cuatroteísta no convence, impone.