Carlos Arturo Baños Lemoine.
La actual pandemia de COVID-19 ha servido, entre otras cosas, para exhibir el tamaño de nuestras miserias humanas, familiares, educativas y ciudadanas.
El Nerón de Palacio Nacional, Andrés Manuel López Obrador, está obsesionado con el regreso a clases presenciales. Valiéndole un comino los riesgos para la salud de los menores, al (des)gobierno de la Cuarta “Transtornación” Mental le urge que los chamacos vuelvan a las escuelas, dizque porque han sido demostradas las “afectaciones” que sufren al estar lejos de las aulas.
Para colmo, los burócratas grises del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y algunas ONGs, como Mexicanos Primero, le han seguido la corriente a López Obrador, al grado de llegar a hacer una apología de esa institución obsoleta llamada “escuela”. Nos referimos, por supuesto, al claustro donde se gestionan “servicios educativos” con base en actividades rígidamente programadas, que son diseñadas e implementadas de forma centralizada, jerarquizada y autoritaria por grupos burocrático-magisteriales.
Por supuesto que millones de padres de familia también se alinean con AMLO, el UNICEF y las ONGs escolarizantes: les urge deshacerse de sus hijos varias horas al día, porque ya no los soportan en casa. Se trata de mediocres padres de familia que saben perfectamente que “la escuela” es, ante todo, una guardería. ¿Pensar ”la escuela” como centro de aprendizaje auténtico y real? ¡Bah, eso vale madre mientras la boleta diga “APROBADO” al término del ciclo escolar!
Bajo esta concepción mediocre y arcaica, “la escuela” resulta ser una institución “indispensable y esencial” para la sociedad. Pero la verdad es que se trata del típico error consistente en confundir “educación” con “escuela”. Se trata, para dejarlo en claro, de una falacia de falsa equivalencia: “educación = escuela”, que varios pensadores de veras críticos han desmontado.
Iván Illich incluso llegó a pensar en la posibilidad de una sociedad desescolarizada, para mayor provecho de la educación y para mayor beneficio de la sociedad. Y no son pocos los pensadores, la mayoría de ellos liberales o anarquistas, que han exhibido la contraproducente farsa del “sistema escolarizado”.
Fueron los putrefactos socialistas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX quienes impusieron la idea de que la educación es un “derecho social” para, acto seguido, obligar al Estado a proveer un servicio que, con el paso del tiempo, pierde calidad educativa mientras gana fuerza como proceso adoctrinante y autoritario de masas controlado por mafias burocrático-magisteriales. Esto explica por qué, en buena parte del mundo, el servicio público de “educación” ha perdido calidad de forma paulatina a lo largo del siglo XX y lo que va del siglo XXI. Sobran pruebas al respecto.
Bajo este orden de ideas, resulta esperable que gentuza como López Obrador y sus lacayos consideren “indispensable” el regreso a clases presenciales, pasando por alto que: a) poco es lo que de veras aprenden los estudiantes en el sistema escolarizado; b) las escuelas también reproducen lo peor de cada sociedad (p.e. violencia, inseguridad, influyentismo, corrupción, hostigamiento, arbitrariedad, abuso de autoridad, etc.); y c) el sistema escolar somete a los estudiantes a parámetros institucionales que casi no estimulan el intelecto ni la libertad.
Aunque en ocasiones presuma de ser “vanguardista”, “progresista” y hasta “revolucionario”, el sistema escolarizado está orientado a producir autómatas (“otros ladrillos en la pared”). La uniformidad comienza incluso en la forma de vestir, y termina manifestándose en la forma de pensar y hasta en la forma de hablar.
Quieren regresar a las aulas físicas, al modelo escolarizado, quienes no han entendido que, por primera vez en la historia de la humanidad, existen las condiciones materiales de vida para que la educación quede desanclada casi en su totalidad de “la escuela”. Existen las condiciones socio-tecnológicas para instrumentar la educación universal en línea para acabar así, y sólo de inicio, con las mafias burocrático-magisteriales que tanto daño le han hecho a la humanidad.
Concluyamos por hoy: “la escuela” de nuestro días es más un obstáculo que un aliciente para la auténtica educación. No cometamos el error de sobrevalorar a “la escuela”.
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