Alejandro Rodríguez Cortés*.
La más reciente ocurrencia de Andrés Manuel López Obrador es el espectáculo montado en el Zócalo capitalino para “conmemorar” los 500 años de “resistencia indígena”.
Se refiere a la caída de la capital azteca, México-Tenochtitlan, hace exactamente 5 siglos, que dio inicio a un periodo sin el que no se explicaría el maravilloso país que, con todo y sus problemas, tenemos en el siglo XXI.
La simpleza presidencial, el maniqueísmo de su visión del mundo y la necesidad de distractores ante la tragedia de un gobierno fallido, recitan una y otra vez tesis ramplonas que nos victimizan de nuevo como mexicanos: si los culpables de la crisis actual son Felipe Calderón o Carlos Salinas de Gortari, los responsables precolombinos de nuestras desgracias son los malvados conquistadores españoles.
Sin reparar en 3 siglos de virreinato que forjaron una nueva nación mestiza, que el propio mandatario lleva en su sangre y apellidos, sugiere que los pobres mexicas herederos del imperio azteca seríamos hoy la potencia número uno del mundo si no hubiéramos sido avasallados por Hernán Cortés y los soberanos de Castilla.
No importa el “López” o el “Obrador” de raíces ibéricas para hacer un planteamiento tan ramplón. Tampoco los Sheimbaum, Ebrard, Bartres, Alcalde, Ramírez de la O, Rodríguez, Sandoval, Scherer o Gatell con los que acompaña su cruzada en defensa de la pureza originaria. El chiste es distraer y el chiste se cuenta solo, cuando AMLO clama en idioma castellano que la Conquista fracasó.
El absurdo de levantar una maqueta del edificio principal del Templo Mayor a unos cuantos metros de los vestigios origanilísimos de la época precolombina; la ligereza del “perdón” hispánico; lo risible de la arenga de que “nunca más nos conquistarán”; las luces laser magentas rodeadas de señoriales construcciones coloniales, en una de las cuales -por cierto, un palacio- habita el Tlatoani de hoy, son nuevos símbolos ominosos de nuestro tiempo.
Todo parece un cuento, cuando no una pesadilla: la pesadilla de una mal llamada Cuarta Transformación indolente, incapaz, intolerante a la crítica pero plena cómplice de recesión económica y mortandad de cientos de miles de personas, caídas por las balas del crimen o por los efectos virulentos del Covid-19.
Pero como en todo mal cuento, hay quien lo consume, lo celebra y hasta lo asume como propio.
El espectáculo masivo al que convocó el gobierno federal y el de la ciudad de México -gobernada ésta por la preferida de Palacio- es un criminal contrasentido, porque se da en medio de la peor situación sanitaria en materia de contagios desde que inició la pandemia, y a la par de que los voceros gubernamentales o el mismísimo presidente de la República nos piden que cuidemos nuestra salud.
El caso es que desde el pasado viernes y hasta el próximo 1 de septiembre, todas las noches se escenificará lo que era común en el centro de poder mexica: el sacrificio humano. Y se hará tres veces diarias en el mismo sitio donde un águila se posó sobre un nopal devorando una serpiente.
Y sí, porque algunos de los miles de ilusos compatriotas, ávidos de espectáculo, enfermarán de Covid algunos días después de contemplar cómo en lo alto de la representación del templo “Huey Teocalli” -una escenografía chafa de madera y tablarroca- sacrifican bajo luces neón y le arrancan el corazón del pecho a Susana Distancia, para ofrecerlo al gran Tlatoani de apellido castizo, y al dios Covidipochtli.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista.
@AlexRdgz