Jorge Miguel Ramírez Pérez.
La guerra fría que terminó de 1989 a 1991 era un reparto de tipo racional. Se hacía visible en áreas geográficas naturalmente influenciadas por la potencia determinante, ya fuera Estados Unidos o Rusia, los países se integraban en un bloque militar o sencillamente político.
Los bloques se distinguían por dos elementos: una lógica que privilegiaba la vecindad, donde la cabeza aparte de su frontera formal, en realidad, ensanchaba un cinturón de seguridad que abarcaba a los países cercanos. Y dos, como factor de identidad sistémica, afinidades en el enfoque democrático y en los objetivos de una economía de mercado en Occidente; o de un sistema estatista, dirigido por una élite altamente ideologizada, como sucedía en Rusia, que en ese entonces tenía el nombre de Unión de Repúblicas Soviéticas y Socialistas.
El objetivo de los arquitectos de ese mundo bipolar no era sobreponerse al rival, como afirmaban las respectivas propagandas, sino mantener un orden mundial en una sola de las dos partes que les correspondían, ya sea por razones históricas como era el caso de Rusia aglutinando fundamentalmente el territorio multicultural y multinacional del imperio zarista, o la influencia delimitada del proyecto comercial de Estados Unidos y sus aliados.
Pero la caída del mundo bipolar supuso que una de las potencias triunfaba en el horizonte histórico, sin que la potencia que se desestructuraba, en este caso Rusia, que dejaba sus identidades soviéticas con la consecuente caída del Partido Comunista, pudiera recuperarse manteniendo el vasto compromiso territorial euroasiático.
Lo anterior no dejaba de ser cierto en parte, por cuanto el sistema económico de comercio extensivo, denominado capitalismo por sus detractores, tendría un crecimiento rápido e invasivo, que iba a ocupar el vacío de doctrina ideológica de mal vivir en etapas de raciocinio y austeridad espartana, sacrificios inútiles plenos de sadismo social. En eso sí, el mundo de la Cortina de Acero, desde que sucumbió la Rusia comunista, es decir los países firmantes del Pacto de Varsovia, se desarraigaron del sistema estatista y se integraron a la economía mundial paulatinamente.
Pero después de que se formaron los nuevos sistemas interestatales bajo las consignas de democracia y globalismo: la Unión Europea, el TLCAN, hoy TMEC, creció la OMC, surgiendo China avalada por la tesis de mantener a Rusia cercada; y se institucionalizó el Foro de Davos, como oráculo del poder mundial; la pretensión de Estados Unidos de convertirse en la potencia mundial sin rival, se topó con una realidad cuya dinámica no controlaba, se empobreció, se endeudó y no pudo renovar armamento.
Por eso antes de morir como mensaje póstumo el astuto Zbigniew Brzenzinski afirmó en el 2016 que: “si Estados Unidos quería seguir siendo la primera potencia mundial, debería abdicar a la idea de gobernar el mundo”. La premisa anticipaba una transición geopolítica que aprovechó Donald Trump, trastocando el viejo proyecto de “un nuevo orden mundial” preconizado desde la Trilateral y en los 28 años de gobierno de las familias Bush-Clinton.
Lo que hizo en cuatro años Trump, y en particular su alianza con Rusia en el nuevo reparto territorial; arrinconando a China, obstaculizando el Transpacífico; dejando que el gasoducto siberiano penetrara en Europa; negándose a negociar con Irán y destruyendo la élite del Estado Islámico, son algunas de las políticas irreversibles porque entran en la categoría de decisiones geopolíticas, que Joe Biden no puede modificar, por ejemplo: saliendo EUA de Afganistán, de inmediato ocuparon el vacío tanto Rusia como El Talibán… ¿para qué estuvieron 18 años en una región que en la guerra fría era controlada precariamente por los rusos?
¿Como explicarles a los electores esa incursión en estos tiempos? Ya no hay retórica, no está George Bush, ni Hillary Clinton tiene entrada preferente a la nueva corriente de poder, la de Biden, que suma cero. Y ese es el problema del establecimiento demócrata: son muchas tribus, con muchos jefes y pocos indios. Están los socialistas como Sanders o Elizabeth Warren, anarquistas como la representante Ocasio Cortes; y elitistas por mencionar a las familias de caciques, como la señora Pelossi que dice Samuel García, el joven político de Nuevo León que recibe su apoyo.
En ese mar de conjeturas por supuesto que lo que pasó en Haití y sucede en Cuba, en Nicaragua y se reactiva periódicamente en Venezuela, es una operación que en las reglas geopolíticas le corresponde a Estados Unidos gestionar. La primera prioridad es el Comando Norte donde está incluido México, pero en ese esquema está gran parte del Arco del Caribe.
Pero el problema no parecer ser el “¿qué?” porque es claro que son gobiernos vecinos y enemigos del comercio extensivo, dictatoriales y promotores de la desestabilización migratoria, tema que aparte tiene otros resortes. De hecho, esos gobiernos, forman el Frente Narcopolítico de Sao Paulo. Y Estados Unidos está urgido de dar un golpe fuerte en la mesa para ratificar su posición. Aquí cerca. No en Bielorrusia donde les salió el tiro por la culata, ni en Argentina, aunque pertenece al territorio Monroe, donde se está amarrando proyectos concretos con Putin….
Más cerca, urgen las acciones bien pensadas pero contundentes: impedir la dictadura del haitiano que tenía todo para imponerse mas tiempo; con la pandilla que controla Cuba donde se han pasado de indulgentes; lo mismo con Ortega en Nicaragua y no digamos con todo el esquema de narcoterrorismo que toca a sus puertas. Biden debe actuar, porque le quieren tender la cama con otra que suma cero, la señora Kamala Harris, tampoco tiene grupo, pero juegan los que impulsan el caballazo al Sleepy a los entusiasmos sustituyan la capacidad operativa.
Por lo pronto la computadora que los rusos le robaron a Hunter Biden, va a seguir hablando. La foto de Carlos Slim, con Miguel Alemán, los Biden padre e hijo, y las notas publicadas no tienen desperdicio. Hicieron mella y no impidieron que el heredero de la dinastía Alemán, salga por la puerta trasera.
Estos son definitivamente otros tiempos, pensar que Alemán Velasco fue el factor esencial para que Peña fuera aceptado por la potencia y hoy sea tratado como cualquier mortal, es para pensarse…