Marissa Rivera.
De un día para otro se acabó todo.
El virus los obligó a quedarse en casa. Tomar clases en línea. Abandonar la vida social. Ni un café ni una comida, mucho menos una reunión. Nada, todo estaba cancelado.
Justo en una de las etapas de la vida en lo que lo más importante, son los amigos, salir del entorno familiar para adquirir espacios propios y regocijo ajeno al de casa. Socializar.
Varios tuvieron que darse de baja escolar porque ya no hubo dinero para las colegiaturas. Otros compartieron espacio con varias personas para tomar clases a distancia.
Unos perdieron sus intercambios en el extranjero porque se cerraron las fronteras. Algunos más, buscaron empleo porque el proveedor de casa perdió su trabajo.
Eso, entre otros escenarios, trajo consigo que en México crecieran los casos de adolescentes deprimidos, ansiosos y tristes.
También aumentaron las cifras de jóvenes que consumen alcohol y drogas frente a la disminución de “la vida social”.
Lamentablemente los intentos de suicidios y los propios suicidios se acrecentaron.
Hace unos meses la UNICEF alertó sobre el impacto negativo que causaba la pandemia en la salud mental de los adolescentes y jóvenes en el mundo.
Una de las poblaciones más vulnerables y afectadas desde que las naciones comenzaron a confinar a su población por la crisis del Covid-19.
El año pasado, el organismo internacional informó que, en nueve países latinoamericanos, incluido México, jóvenes entre 13 y 29 años revelaron sentirse ansiosos, deprimidos, desanimados y con miedo.
La mitad dijo no tener deseos para realizar actividades que antes disfrutaban hacer. Su motivación sobre el futuro estaba afectada. Más del 70 por ciento había tenido la necesidad de pedir ayuda en relación con su bienestar físico y mental.
Un tema de salud en los adolescentes del que poco se ha hablado y del que nada se ha hecho. Ni las autoridades ni la familia. Las estadísticas van en aumento.
Ya ni hablar de los jóvenes que viven en duelo por la pérdida de familiares que han fallecido debido al Covid-19.
¿Usted sabe cómo se siente su adolescente? ¿Le ha preguntado a algún familiar joven, cómo está? ¿Ha notado los cambios de humor, la falta o exceso de apetito? ¿Lo ha visto triste o enojado?
Hace unos días en el programa #AQUÍ ENTRE DOS, las especialistas y estudiosas en el tema Adriana Segovia Urbano y Maribel Nájera Valencia, recomendaron detectar lo que a veces como padres nos cuesta trabajo o no queremos ver.
“Ahora viene el problema ese, salir ¿Cuánto? ¿Cómo? Y entonces se corre un riesgo por un lado de, no pues ya están hartos, que vayan y socialicen. Y yo veo un riesgo ahí y el otro está en las familias que siguen queriendo que los hijos no se mueven. Sería muy simplista decir hay un punto medio, pero tiene que ver cómo vivir, con conciencia con ello y decidir cuidarse, pero socializar, socializar, pero cuidarse y al mismo tiempo estar muy atento a los signos graves de depresión que están viviendo muchísimos adolescentes”, dijo la maestra Adriana Segovia.
Los adolescentes que tienen antecedentes de depresión tienen mayor riesgo en tiempos estresantes como consecuencia de la pandemia. Urge estar atentos a señales importantes de cambio a tiempo.
“Y si además pudieran tener algún otro problema de depresión o de violencia, o de adicciones, fueron bombas que estallaron. Entonces si desafortunadamente quién no hizo caso, estalló y hasta que vieron los intentos de suicidios pidieron ayuda”, comento la maestra Maribel Nájera.
Los jóvenes son uno de los sectores más afectados de la pandemia. Les arrebató su incipiente vida social. Pero no solo eso, les quitó su principal forma de convivencia.
Convivencia que hoy están intentando retomar y que lamentablemente se ha convertido en un alto riesgo frente a la tercera ola de contagios en México.
Por un lado, su salud mental y por el otro ser posible portadores del virus. No la tienen fácil.
Escuchemos a los adolescentes, no todo es por la pandemia ni por la adolescencia.