Alejandro Rodríguez Cortés*.
En un año, Hugo López Gatell pasó del estrellato a la ignominia. Del poder a la vergüenza. De la ciencia a la más rastrera forma de hacer política. De la credibilidad al escarnio público. Del pedestal al basurero.
Remontémonos a fines del 2019, cuando la palabra “coronavirus” comenzó a taladrar nuestros oídos y nadie imaginaba lo que viviríamos en los siguientes meses en que el mundo se detuvo y la desgracia de una pandemia histórica cobró -sigue haciéndolo- millones de vidas.
México presentó en sociedad a un médico carismático, de buena labia y credenciales académicas aceptables, hasta guapo a decir de algunos. Pero eso era lo de menos: el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud eclipsaba con su protagonismo incluso a su maestro y jefe directo, el titular del ministerio sanitario mexicano, con un discurso bien estructurado y un manejo del escenario que hacía creíble lo que decía.
Y efectivamente muchos le creímos cuando, seguro de sí mismo, nos dijo que el virus Covid 19 no era tan letal como se presumía, y que incluso conllevaba menores riesgos que el AH1N1 de la influenza que una década antes hizo de México ejemplo mundial en manejo epidemiológico, esfuerzo del que -después supimos- el propio López Gatell había sido relegado.
Llegó el primer caso de Covid y luego la propagación implacable. Apareció la muerte y con ella el temor de la incertidumbre sobre el alcance de la pandemia. El epidemiólogo cincuentón ganó rápidamente espacio en la agenda pública al hacerse cargo del manejo de una crisis que exigía respuestas rápidas de un vocero estrictamente técnico que informara a la población sobre contagios, recomendaciones médicas, medidas de contención y prevención; que animara a los enfermos y consolara a los deudos.
Nada de eso. A cambio, horas y horas de un soliloquio sobre monitoreo “Centinela”, pruebas supuestamente inútiles, curvas aplanadas, mesetas esperanzadoras y picos pasajeros. La apuesta era la “inmunidad de rebaño”: contagios y más contagios, pues.
Hugo López Gatell pudo haber administrado el brutal desgaste de tanto tiempo frente al micrófono con prudencia, autocrítica y humildad. No lo hizo:
prefirió la soberbia y el sofisma para ocuparse más en la agenda política del gobierno en turno que en la gestión técnica y científica del fenómeno sanitario.
El que antes de que la desgracia adquiriera tintes dramáticos fuera catalogado como “rockstar” del gobierno, prefirió no importunar al presidente de la República y al discurso oficial del “no pasa nada” que advertir la seriedad de lo que venía. Ahí comenzó a tropezar.
Contumaz opositor al uso del cubrebocas, recomendado en absolutamente todo el mundo, Gatell empezó a contar sus muertos con tal desfachatez, que se atrevió a pronosticar “sólo” 6 mil defunciones, agregándole un cero a esa cifra ya en un escenario que sería catastrófico, calificativo planteado por él mismo como poco probable.
Con tal de no recomendarle al presidente de la República que suspendiera sus giras y el contacto público con la gente, pasó del ridículo de decir que el mandatario tenía “fuerza moral y no de contagio”, a la absurda y descarada violación de su propia demanda de “sana distancia”.
La llegada de las vacunas trajo esperanza y le dio una segunda oportunidad a Gatell. Fracasó de nuevo con rollos mareadores sobre dosis, laboratorios, logística y aplicaciones, además de estar ya atorado en la grilla de ver quién resolvía de una vez por todas el problema. Era él, ya apodado entonces como el “doctor Muerte”, o el canciller, o la jefa de gobierno de la ciudad de México, o los demás gobernadores quienes se llevarían la medalla de acabar con una pesadilla.
Mal médico, peor político, olvidó que el poder público que obtuvo en 2018 lo hizo también responsable del desabasto generalizado de medicamentos en México, merced a una política pública que destruyó lo que había sin construir nada a cambio.
Y entonces llegó lo que será el principio del fin de un triste personaje: la burda, estúpida declaración de ver una conspiración internacional contra el gobierno al que todavía pertenece, donde sólo hay una justa y desesperada demanda de medicamentos para niños que padecen cáncer, y que están muriendo por falta de tratamiento médico.
Miserable tesis de un miserable personaje, que quiso ser lo que ya no será. Nos dieron “gatell por liebre” y eso trajo medio millón de muertos, y algunos miles más que no tuvieron Covid, pero sí otras enfermedades cuyos portadores se quedaron esperando las medicinas que antes tuvieron.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista
@AlexRdgz