Alejandro Rodríguez Cortés*.
Un experto en economía y desarrollo me dijo hace no mucho que mientras los mexicanos pensamos en el hoy y en el día siguiente, los chinos toman decisiones con una visión prospectiva de por lo menos 50 años. Tiene toda la razón.
Sin un proyecto de Nación de largo plazo, la palabra “sexenio” y el corto periodo de tiempo que implica se ha convertido en el gran lastre para México. Cada presidente quiere reinventar el país; cada quien su obra icónica; cada uno su visión de Estado y sus prioridades en políticas públicas.
Esa es la realidad, aunque el único que lo reconoce abierta, explícita y públicamente es Andrés Manuel López Obrador, quien ha dicho que su gobierno no dejará obras inconclusas y planeó proyectos que deben terminarse antes de 2024, como si esa fuera una fecha fatídica o apocalíptica. Mas allá aún, destruyó mucho de lo que ya había solo porque no lo hizo él, sino sus malvados antecesores.
Así sucedió con el aeropuerto de Texcoco, tirado a la basura del resentimiento presidencial, tal y como pasó con el Seguro Popular, con la compra consolidada de medicamentos, con las instancias infantiles, con las becas académicas y con los fideicomisos públicos.
¿Y el largo plazo? ¿Y las grandes necesidades de infraestructura que simplemente no se pueden edificar en menos de 6 años? ¿Y los buenos programas de apoyo social? Bah, eso no importa, como sí que la historia recuerde a un presidente de la República hacedor de “algo”.
La necedad de Marcelo Ebrard por terminar en su propio periodo de jefe de Gobierno la Línea 12 del Metro de la ciudad de México cobró factura 9 años después. Y pagará por ello, ya lo hace, como eventualmente lo hará el actual mandatario cuando la realidad devele el destino de la terminal aérea de los mamuts, de su absurda refinería y del ecocida trenecito maya.
A estas alturas del 2021, López Obrador ya habría inaugurado la primera etapa del gran Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, que convertiría a nuestro país en el principal “hub” aéreo de América Latina y uno de los más importantes el mundo. Pero no: a Enrique Peña le concedió el virtual indulto político, pero no le aceptó la herencia de una magna obra que hoy enaltecería a la mal llamada Cuarta Transformación.
El cortoplacismo inhibe el desarrollo económico. Y no se puede ser un estadista si se piensa más en la clientela electoral presente en vez de en las generaciones siguientes.
Mezquinos han sido nuestros gobernantes por esta característica perversa. Y AMLO el que más, porque no solo desdeñó la altura de miras hacia el futuro, sino que satanizó el pasado para liquidarlo, sin aprovechar lo aprovechable.
Ese es nuestro México, que paradójicamente tiene dentro de sí excepciones a este círculo vicioso: entidades como Querétaro y Aguascalientes, donde hace varios lustros se pusieron de acuerdo para plantear planes de desarrollo a largo plazo, con vocaciones productivas definidas, con políticas públicas y educativas alineadas para hacer muy bien pocas cosas, en vez de hacer muchas en forma desordenada y mediocre.
Ambos, queretanos e hidrocálidos, han vivido transiciones políticas y de partido, pero han mantenido vigente sus estrategias para captar inversión y desarrollar industrias y sectores específicos. El resultado: crecen muy por arriba del promedio nacional de expansión del PIB.
Ojalá que estos ejemplos se multiplicaran y escalaran al nivel nacional. Terminar con la idea de que un país se construye en tan solo 6 años, apenas poco más de un lustro, mucho menos que una década y una eternidad de tiempo menor a la de una generación.
Mezquindad política, que le llaman.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista.
@AlexRdgz