Boris Berenzon Gorn.
A Luis Jorge Arnau, editor y amigo.
“No importa lo ocupado que piensas que estás,
debes encontrar tiempo para leer
o entregarte a una ignorancia autoelegida”.
Confucio
La pandemia ha sido un momento de angustia para diversos sectores de la economía, muchos de los cuales ya de por sí venían sufriendo el embate propio de nuestro tiempo, como la industria editorial. En los últimos años, la industria editorial mexicana ha sufrido una leve pero significativa caída. Haciendo un análisis histórico de la situación, de 2015 a 2019, según la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (CANIEM), la producción editorial pasó de registrar 98.6 millones de ejemplares en el mercado abierto a tan solo 82.9, mientras que decayó de 46.6 millones a 35.9 en el mercado estatal, según la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (CONALITEG). Como era de esperarse, la pandemia empeoró la situación: en marzo del año pasado la facturación de la industria editorial en México alcanzó su índice más bajo, pues decreció 70 por ciento.
La industria editorial está pasando un momento complicado, pero para entender el panorama completo, debemos primero preguntarnos por los hábitos y perfiles de los consumidores de libros en nuestro país. Por desgracia, en el Módulo sobre Lectura (MOLEC) 2021, presentado por el INEGI el 22 de abril pasado, se confirmó lo que ya imaginábamos: en México se lee muy poco. La población adulta que sabe leer declaró que al año consume 3.7 libros, con una ligera ventaja de las mujeres frente a los hombres (3.9 contra 3.5). En cualquier caso, la cifra es alarmantemente baja comparada con países como Francia, donde se leen 17 libros al año; España, donde el promedio es de 13; Estados Unidos, donde alcanzan a leerse 12, e —incluso— Chile, donde se leen 6.
La lectura sigue siendo considerada una actividad asociada al ámbito escolar, pero no ha acabado de incorporarse en los hábitos cotidianos de los mexicanos. Es importante señalar que, aunque se ha incrementado el porcentaje de lectura digital (de 6.8 a 21.5 por ciento), el aumento en México también es bajo comparado con el de otros países. La mayoría de los alfabetas (77.2 %) declaró que su motivación para leer fue recibida primordialmente en la escuela y el hogar. Es decir, no todo está perdido: la mayoría de los lectores (42.65 %) señaló también que su principal motivación es el entretenimiento, seguido por el trabajo o estudio y la adquisición de cultura general.
Esto significa que se reconoce la importancia de la lectura en el entretenimiento después de lo obvio, el aprendizaje, por lo que la literatura es la materia más leída. Sin embargo, no podemos dejar de preguntarnos cuál es el carácter de los libros que se consumen, pues buena parte de los dedicados al entretenimiento responden más a las expectativas del mercado (como los bestsellers) que a investigaciones profundas o al trabajo de profesionales. Si el porcentaje de libros consumidos es bajo, preocupan todavía más las condiciones de comprensión y análisis de los textos, la capacidad crítica con la que el lector se enfrenta a ellos y lo que estos de verdad son capaces de aportar en la vida y el acervo personal de saberes.
A esto aunamos la cultura de sacralización del libro como artefacto que traspasa la crítica. Un libro puede ser vacuo, tener información engañosa o abiertamente falsa, presentar historias llenas de clichés y lugares comunes, entre muchas otras variables. Sin embargo, es innegable que, desde el humanismo renacentista hasta la actualidad, el libro como artefacto está dotado de un valor de autoridad por el mero hecho de serlo (sobre todo el impreso) y aunque, por ejemplo, una película, serie televisiva o cómic trate el tema de la muerte con mayor profundidad que un libro de novedad, este goza de mayor autoridad simbólica. Esa autoridad asusta, se vincula a cierto tipo de perfiles y es —en muchos sentidos— la causante de que numerosos lectores no sepan cómo enfrentarse a los textos.
Lo anterior remite a un problema que merece atención: leer no significa comprender, y mucho menos, ser críticos frente a un texto. Desde la teoría de la recepción, pensadores como Paul Ricoeur y otros lingüistas han reconocido que el texto que se produce no es el mismo que se lee, que existe una dialéctica entre el autor y su texto al igual que entre el texto y el lector, de tal manera que los significados de la narrativa se modifican en todo el proceso de escritura y lectura, lo que crea un nuevo texto. Esto no significa necesariamente un problema de comprensión, pues es parte de las posibilidades en las que un pensamiento interactúa con otro desde su propia lógica, pero sí requiere de habilidades para que la interpretación del lector no sea diametralmente opuesta de la del autor.
Existe una relación innegable entre el grado de escolaridad y la lectura: las personas que no terminaron la educación básica generalmente son no lectores (73 %), mientras que quienes concluyeron algún grado de educación superior son mayoritariamente lectores
(67.5 %). Es decir: la relación con la lectura se construye y se trabaja en la escuela. Si la motivación puede venir de cualquier lugar, la lectura de comprensión es una habilidad que se enseña y se aprende. Hay que considerar que saber elegir y descartar información también es un saber que requiere conocer mecanismos de selección crítica. Ante la enorme cantidad de información que existe en internet, discernir lo que sirve de lo que no es crucial. Esto es especialmente importante si reconocemos el incremento de la lectura web. Por ejemplo, mientras que la población que lee revistas es de tan solo 38.1 % en mujeres y 34.7 % en hombres, los lectores de páginas de internet, foros o blogs llegan a 58.8 % y 56.4 %, respectivamente.
El MOLEC también presenta los principales motivos por los que la población mexicana declaró no leer: el 43.9 % acusó a la falta de tiempo, el 25.4 % reconoció falta de interés, motivación o gusto por la lectura, y el 16.5 % dijo que prefería realizar otras actividades. Si nos detenemos un momento sobre estos rubros, parece que los tres forman parte del mismo problema: no existe una cultura de la lectura en nuestro país, aunque las actividades de entretenimiento multimedia están ganando terreno. A pesar de que la industria editorial no fue especialmente estimulada por el confinamiento, las plataformas de streaming a nivel mundial sí vieron un importante incremento en sus actividades: hoy Netflix tiene más de 208 millones se usuarios, seguido por los 200 millones de Amazon Prime.
La lectura, sobre todo de libros, no parece ser popular en nuestro país. Pero al menos hay una buena noticia: los jóvenes son quienes más leen, y son también ellos quienes reconocen la importancia de la lectura como hábito. Además, el libro impreso no ha perdido terreno frente al digital, pues sigue valorándosele como artefacto. Nos encontramos en una época en la que se publica más que nunca, sobre todo gracias a plataformas que dejan el proceso editorial en manos de los propios autores, como Kindle de Amazon, lo que, si bien es ventajoso, también acarrea numerosos problemas de calidad. En todo caso, constituye una responsabilidad social impulsar el hábito de la lectura crítica para evitar que algún día existan más autores que lectores.
Manchamanteles
México es un país donde la piratería tiene un importante peso en las actividades económicas no formales. En una reunión promovida por la CANIEM el 19 de febrero, Quetzalli de la Concha, miembro del consejo directivo del Centro mexicano de protección y Fomento de los Derechos de Autor, señaló que de cada diez libros que se consumen en el país, cuatro de ellos son pirata, lo que coloca a México en el primer lugar en venta de piratería de libro impreso, lo cual afecta a más de 400 mil familias del medio editorial. Al mismo tiempo, el consumo de contenidos ilegales en internet es de 48 por ciento. Aunque la facturación de libros digitales aumentó únicamente 2 %, la lectura en pantalla se incrementó en 40 por ciento.
Narciso el obsceno
¿Qué puede aprender Narciso si está convencido de que lo sabe todo?