La hora de los ciudadanos

Jorge Miguel Ramírez Pérez

Jorge Miguel Ramírez Pérez.

Solo quiero mencionar un “pequeño detalle” que falta en el análisis del camino de la masa hacia la dictadura: la acción ciudadana.

Sí, los ciudadanos, como tales, es decir todos los que no están sujetos mentalmente al destino de los partidos políticos y que no necesariamente esperan en sus decisiones cupulares, para tomar decisiones de su entorno comunitario y social; todavía no han realmente expresado su frustración y desaliento por la perspectiva que se espera a partir del 6 de junio.

Porque siendo realistas, la represión está a la orden del día, porque no conformes la camarilla del poder, con el voto fanatizado de las hordas solferinas; despliegan un discurso harto amargado y envidioso contra las clases medias, reproduciendo odios; pero también catapultando represalias que no se dejan esperar y ya van por los líderes religiosos de las diversas iglesias, usando como novedad a la Unidad de Inteligencia Financiera, la nueva policía política del régimen; porque el culto oficial al aspirante a demiurgo de Palacio Nacional, no admite otros cultos. Así de evidente.

Por eso no se han expresado suficientemente las inconformidades por el maltrato del gobierno a un sector de peso en la sociedad, esto ha sido en lo superficial; en lo obvio, adentro de algunas organizaciones o círculos de liderazgo, no en la arena abierta de la política.

Las quejas generales han sido anónimas y en las redes, irónicas, distantes de la indignación. Se puede pensar que son parte del tratamiento de la vacunación de la realidad para que ésta no pegue en el nivel del daño real y se diluya en la broma insulsa.

La prensa por su parte ha hecho un papel sobresaliente mejor de lo que esperaba, insisten los comunicadores en suponer que la sociedad mexicana alguna vez haya sido, aunque brevemente, una sociedad moderna.

Pero todos esos esfuerzos y otros, tuvieron un propósito definido: el de cerrarle el paso a la concentración de poder personal y de camarilla.

Pero en el pasado proceso electoral sólo se avanzó en un segmento de población con sentido analítico y con tendencia a aceptar su papel como ciudadanos verdaderos, no imaginarios, en medio de un mar ominoso de oscuridad y de vulgar manipulación.

Por eso la población con mayor nivel educativo y responsabilidad social se volcó en amplias zonas de la capital de la República. Un garbanzo de libra, después de décadas de hacerle el juego a las bandas del anarquismo, hecho poder público desde finales del siglo pasado.

Parece que muchos allí, empezaron a despertar de su izquierdismo equivocadamente idealizado.

Pero algo que pudo correr con mejores resultados que lo que hicieron los capitalinos y del Estado de México, todos en la parte occidental del valle de México, no se cristalizó en amplias regiones; porque a falta de detallar las causas precisas de la alianza de los tres partidos, se dejaron al azar las soluciones que sin estrategia se vieron únicamente en la categoría de fórmulas de escritorio. No hubo plan de guerra. Punto.

Se partió de la infundada idea de que la gente estaba convencida que con Morena y sus aliados estaban peor y que lo hecho maliciosamente con Peña Nieto, estaba olvidado.

Claro, que el “buen propósito” no se trasladó tampoco al mundo concreto con candidatos de corte diferente, ya no digamos con buena imagen. Sencillamente sin pasados ocultos. Se repitieron los nombres de las estructuras segregadoras de los partidos políticos y en las plurinominales, el apoderamiento de las cúpulas fue atroz, sin tregua. Se llevaron todas. Y en automático se le privó a la alianza de ciudadanizar su proyecto ante los ojos de los electores.

Hasta allí siguen las cosas trabadas, sin causas comunes, endebles ante el embate del poder que le falta poquito, para tener todo. De hecho, carecen de un proyecto político, no el de una secta que lo tiene.

Pero lo malo además de lo referido, es que los partidos políticos de todas las especies, jamás tuvieron una agenda.

Así de ilógico se presentaron todos en una competencia como en el pasado, ofreciendo baratijas y dinerillo. Contra la razón -generalizo- unos apelando a las emociones pedestres, y otros a la idolatría, como sugestión masiva. En ambos casos, pretendiendo que una narrativa sin compromisos políticos, con cero argumentaciones, les devolvieran lo que en el pasado no supieron como lo obtuvieron; y para los arribistas, la apuesta a que la adulación al líder era de sobra el soporte de la victoria.

Eso fue una mecánica que compartieron todos, repito, los que ganaron, igual. Aunque los de Morena tuvieron, además, la participación decidida del narco, ahora incursionando en el convencimiento político, es decir en amenazas y levantones contra la alianza opositora.

Lo bueno es que, dentro de lo muy malo, de todas maneras, el campo está abierto a los ciudadanos. Y con ello es la última llamada para México.

Las ideas primero son las que hay que esgrimir con denuedo; y después, el poder sin siglas comprometedoras previas.

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