Rubén Cortés.
El presidente de México que recibe hoy a la vicepresidenta de Estados Unidos no es sólo un presidente que hace 48 horas perdió definitivamente la oportunidad de hacer su prometida “cuarta transformación” del país, al menos por la vía legal.
Es también un presidente que, ante la visita de hoy de la vicepresidenta del país con la democracia más fuerte del mundo, quedó obligado a bajar a cero los decibeles de sus ataques al órgano electoral que garantiza aquí la competencia democrática.
La visita de Kamala Harris coincide con la primera vez (en su larga historia como político) que el presidente admite una derrota electoral, al expresar que “debe aceptarse” el revés de su partido en nueve de las 16 alcaldías de la CDMX.
Es el mismo presidente que, horas antes de la elección, todavía violaba todas las reglas del INE para garantizar una campaña electoral neutra y sin propaganda por parte del Ejecutivo, y que anunciaba una restructuración completa del órgano electoral.
¿Qué lo obligó a cambiar de actitud con la institución garante de nuestra democracia? La inmaculada transparencia, el rotundo éxito conseguido por el INE en la organización del proceso electoral y de la votación. Todo, dos días antes de la visita de Kamala Harris.
Y el INE está encargado de uno de los temas que marcarán la política de Estados Unidos con México desde ahora: detener el rápido deterioro de las instituciones democráticas mexicanas registrado en los últimos dos años.
Eso, junto con todo lo relacionado con el Estado de Derecho y los derechos humanos, cambio climático, corrupción y transparencia. Pero es una agenda que la actual administración estadounidense tenía estancada en espera de la elección del domingo pasado.
Porque no era lo mismo plantear esa agenda a un presidente con una mayoría absoluta del Congreso ganada limpiamente en las urnas, que a un presidente sin una mayoría absoluta perdida limpiamente en las urnas.
Antes de la visita de Kamala Harris, el presidente mexicano podía, por mandato democrático de los mexicanos, cambiar las estructuras del Estado con únicamente ordenarlo a sus legisladores en la Cámara de Diputados. Pero ya no puede hacerlo.
Aquella fortaleza permitió al presidente mexicano encasillar la relación con Biden al tema migratorio, en un quid pro quo grotesco, pero eficaz para el mandatario mexicano: si me haces algún tipo de exigencia, descuido las fronteras al paso de los migrantes.
Sin embargo, los límites que marcó el domingo el electorado mexicano al presidente abrieron de inmediato la baraja de sus relaciones con Biden a temas como libertades, energía, justicia, ONGs, dejar de meter al Ejército en la vida civil, la DEA…
Porque al presidente ya se le descalabró su autollamada Cuarta Transformación.