Boris Berenzon Gorn.
“La desigualdad de los derechos es precisamente la condición para que haya derechos en general.”
Friedrich Nietzsche
Hemos vivido lo más cercano a una guerra en donde la incertidumbre y el olor a muerte son nuestra constante, pero también existe la esperanza y el ánimo para empezar de nuevo como siempre se ha propuesto la humanidad.
A nivel mundial, la llegada de las vacunas ha significado para todos, la esperanza de la vuelta a la “normalidad”, un retorno esperado a una vida más allá del Covid-19 cuyo final parece cada vez más cercano a nosotros y, por lo tanto, más plausible. El caso de México es curioso por la forma en que se ha decidido llevar a cabo la aplicación de las vacunas. Si, por un lado, casi toda la ciudadanía parece estar de acuerdo en que priorizar a los adultos mayores como población de riesgo, no sólo es justo, sino necesario; la opinión se mantiene dividida con respecto a la planta docente o a la postergación de las vacunas para el personal médico de las instituciones privadas.
Con todo, la vacunación representa a nivel mundial el final del tortuoso túnel de más de un año marcado por un virus completamente nuevo y potencialmente mortal. Las familias encuentran tranquilidad en la protección de sus adultos mayores y parece ser que pronto volveremos a alcanzar una rutina que nos devuelva libertades y cercanía social. Sin embargo, la llamada “nueva normalidad”, tiene una amplia variedad de facetas que merecen ser analizadas, admitiendo que la situación será necesariamente distinta a la que abandonamos a principios de 2020. Quizá lo más relevante, está en situar nuestra atención en la serie de realidades que se pusieron de manifiesto con la pandemia y que ya no pueden ser ignoradas.
En cada rincón del globo, la pandemia funcionó como un catalizador de desigualdades. Al empujarnos fuera de nuestros límites, tuvimos que dejar de normalizar la desigualdad y enfrentar nuevos retos: la pandemia visibilizó situaciones que ya no pueden ser ignoradas y que afectan nuestros derechos humanos en muchas formas. En primer lugar, optar por el confinamiento sólo fue opción para una limitada parte de la población, sobre todo en América Latina. Si bien es cierto que en Europa la cultura del ahorro y la solidez económica permitió a gran parte de la población aislarse (a menos que se tratara de personal de primera necesidad), también lo es que la situación en nuestros países periféricos ha sido harto distinta.
Gran parte de la población en América Latina vive al día. Incluso hay que reconocer que las actividades económicas informales tienen un mayor alcance de lo que esperábamos, lo que reduce la capacidad de los trabajadores para acceder al confinamiento o a simplemente tener vacaciones con goce de sueldo. En abril del 2020, el INEGI informó que el 56.2% de la población económicamente activa en México se situaba en el empleo informal. La situación se agrava cuando se trata de atender la salud, pues las actividades informales difícilmente proporcionan coberturas de salud a las familias y en el caso del Covid-19, se hizo patente que la falta de servicios de salud no ha sido completamente cubierta por los programas de asistencia social, sobre todo en las zonas marginales que ya de por sí tienen que lidiar con la falta de acceso a recursos básicos, personal, medicamentos y canales de comunicación.
Pero además de vivir al día, la pandemia mostró la heterogeneidad que forma las familias en muchos países. En el nuestro, quedó claro que las mujeres se han incorporado de manera importante a la fuerza laboral, lo que inclusive en las familias que no son monoparentales, introduce dificultades para cuidar a los menores si no se cuenta con el apoyo de los centros educativos. Se ha demostrado que la educación presencial es más importante de lo que parecía, no sólo en lo que respecta a los métodos de enseñanza y la importancia de la integración social entre pares, sino también por su papel en el funcionamiento de la vida económica y
familiar, permitiendo a los padres laborar mientras sus hijos se encuentran en sitios seguros.
Asimismo, no todos los alumnos tienen acceso a las mismas oportunidades de desarrollo fuera de las aulas. El año pasado, la web se llenó de casos de niños que no contaban con dispositivos móviles para acceder a la educación, con una conexión en línea permanente o con el apoyo de algún adulto que pudiera acompañarlos y guiarlos en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Según la UNESCO, en febrero de este año en México el 24.84% de los estudiantes de entre 7 y 17 años no tenía acceso a internet. Gran cantidad de infantes tenía que ir con sus padres a trabajar y tomar clases en un parque por medio de un teléfono celular, mientras los hermanos esperaban su turno. Tampoco faltaron quienes perdieron el año escolar a consecuencia de la desigualdad y la pobreza.
Pero el problema no termina aquí. La violencia intrafamiliar con perspectiva de género alcanzó, no sólo en México, cifras alarmantes. Las prácticas no resistieron el confinamiento de víctimas y victimarios y en muchos sentidos, el estrés, el hacinamiento y la pobreza, incentivaron la violencia con graves consecuencias para infantes y mujeres en todo el país. Según ONU Mujeres, la pandemia aumentó los niveles de estrés, inseguridad económica y alimentaria, la disminución de ingresos y el desempleo; aunado a las agresiones para intimidar o degradar a las mujeres y a las niñas. También la exposición a la explotación sexual se vio exacerbada. Las denuncias se incrementaron y con el Covid se visibilizó la realidad de peligro en las casas que trasciende aquella que se encuentra en las calles. La cultura política que se forja en gran parte de los hogares es misógina y peligrosa para las infancias.
Las economías locales también fueron presa de las desigualdades. Muchos pequeños negocios cerraron, al tener mucha menos capacidad de resistencia que sus pares trasnacionales o las grandes corporaciones. Apenas en diciembre el INEGI informó que un millón 10 mil 857 establecimientos correspondientes a pequeñas y medianas empresas, cerraron definitivamente. Se trata de casi el 21% del total. El comercio local ha sufrido un embate sin precedentes que se une a las altas tasas de endeudamiento registradas a inicios de este año. Los negocios que
construyen las frágiles dinámicas locales han padecido el aumento de los precios, la baja demanda de servicios, el avance de aplicaciones con prácticas monopólicas que toman buena parte de sus ganancias mientras que, paradójicamente, son su única esperanza de subsistencia. El daño a las economías familiares, comunales y locales tendrá un largo alcance.
El desempleo también ha sido una constante difícil de superar. Los empleos han caído y a pesar de que la situación parece poder estabilizarse (la tasa de desempleo en marzo mejoró al 3.89% comparada con el 4.73% en enero) faltará mucho por superar para recuperar los empleos perdidos y alcanzar salarios dignos. Este problema va, por supuesto, mucho más allá de la pandemia y se introduce en la larga duración. Lo cierto es que la peculiaridad de la situación que hemos enfrentado ha permitido visibilizar sus aristas, pensando en la necesidad de invertir en educación e investigación, en la creación de espacios para proteger a menores de edad y personas de la tercera edad de cara a las pensiones, en la incorporación en igualdad de condiciones de las mujeres a todos los ámbitos y altos puestos de trabajo. Los salarios deben ser verdaderamente dignos y correspondientes al trabajo realizado y las condiciones seguras; además de que las prestaciones no pueden ser opcionales.
En este panorama, la vuelta a la “normalidad” que se avecina plantea múltiples retos que no deben ser dejados a las fuerzas del libre mercado o la acción absoluta de los gobiernos. La sociedad debe intervenir en la proyección y ejecución de un porvenir mucho más justo, basado en la defensa de los derechos humanos y la creación de condiciones de vida en igualdad. La exclusión que se ha visibilizado con la pandemia nos responsabiliza a todos para actuar en la construcción de sociedades distintas y las pequeñas acciones son el primer paso para mejorar condiciones complejas. Si lo hacemos, la pandemia nos habrá demostrado que somos capaces de aprender de nuestros errores y que podemos ser constructivos como sociedad, más allá de las situaciones que escapan a nuestro control y dependen de nuestra naturaleza como seres humanos.
Manchamanteles
¡Vacúnate! La vacunación es completamente voluntaria, sin embargo, es necesaria no sólo para protegerte a ti mismo, sino también a los demás miembros de la comunidad. Se ha demostrado que las vacunas permiten evitar episodios de complicación a causa del Covid-19. Según informó la ONU el 6 de mayo sobre la tercera fase de la vacunación contra el Covid en México, María Teresa Mata León, médica del IMSS y que participa en el Plan Nacional de Vacunación, señaló que la vacunación permite prevenir un mayor número de muertes y reducir el número de contagios. Asimismo, hay que recalcar que las vacunas son seguras y que han sido ampliamente probadas. Es necesario evitar la desinformación y la propagación de noticias falsas, así como mantener las medidas sanitarias mientras lo indiquen las instituciones sanitarias. La vacunación y la higiene son la herramienta de lucha contra la pandemia.
Narciso el obsceno
Estaba enfermo, tanto que no se había dado cuenta. Estaba ciego y sordo, insensible al dolor ajeno, había perdido la esperanza.