La debacle de AMLO y de Morena

Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

A David Páramo, esperándolo para seguirle

Estoy convencido de que en el 2006 Felipe Calderón no ganó la presidencia de la República. No avalo con ello la absurda teoría nunca probada del fraude electoral: en realidad, esos comicios los perdió Andrés Manuel López Obrador por sentirse anticipadamente ganador y por soberbio.

Justamente esa soberbia lo cegó para no amarrar alianzas políticas que hubieran asegurado su inminente triunfo hace 15 años. Podríamos decir que eran las mismas alianzas -algunas perversas- que sí operó en 2018 y que lo ayudaron a llegar a Palacio Nacional incluso con un amplio margen de legitimidad democrática.

En 2006 el país se partió en dos. A López Obrador le tocaba, ya en la Presidencia y tres lustros después, unirlo, zurcirlo, pegarlo de nuevo. Tenía muchísimo margen de apoyo social para hacerlo, pero decidió poner por delante su propio resentimiento político producto de años de batalla ciertamente cruenta y se encaminó a la venganza, al revanchismo, al voluntarismo de quien se sabe poderoso pero también de quien piensa que los que no compartimos su visión de México es que estamos en su contra.

Es cierto que sus críticos no hemos dejado de serlo, pero habríamos reconocido señales de un presidente incluyente y tolerante, que nunca llegaron. Por el contrario, AMLO se dijo desde el principio de su gobierno víctima de conspiraciones en su contra, de señalamientos malintencionados de la opinión pública, de la eterna mafia del poder y hasta de la pandemia, cuyo desastroso manejo es plenamente responsabilidad de él mismo, como lo es la inseguridad incontrolable y la recesión económica.

Casi tres años después de su triunfo electoral, con un gobierno fallido que fracasó en lo elemental incluso antes del desastre sanitario, tenemos un mandatario que rompe a México ya no en dos, sino en mil pedazos.

Algo ve el avezado político tabasqueño que a pesar de tener números muy aceptables de popularidad, mantiene e intensifica una peligrosa estrategia de polarización y confrontación propia de un autócrata que no gusta de contrapesos porque prefiere poderes e instituciones a modo de un dictador en ciernes.

No es exagerado afirmar lo anterior cuando el jefe del Estado mexicano amenaza públicamente a legisladores y jueces, y arremete contra organismos autónomos creados justamente para lograr equilibrios de poder o contra periodistas críticos del régimen.

Los signos autoritarios de quien crucifica o pontifica según sea el caso desde la tribuna sumaria del Salón Tesorería deben señalarse, porque nuestro futuro depende de que no se termine de consolidar un poder único y absoluto.

Los señalamientos contra autoridades electorales me hacen pensar en la posibilidad real de que la mal llamada Cuarta Transformación pierda posiciones legislativas en las elecciones intermedias del 6 de junio próximo. Por eso, el presidente de la República reedita su discurso de eterno opositor víctima de fraudes a quién achacar sus eventuales derrotas.

Él no estará en la boleta, pero todos los días hace campaña por su partido Morena. Y me temo que éste último y el propio AMLO están en claro debacle de desencanto y temor por un gobierno que no ha cumplido absolutamente nada de lo que prometió, ni siquiera el compromiso de no llevar adelante una política similar a la que destruyó Venezuela.

Con los resultados de la elección, veremos en unas cuantas semanas qué tan pronunciada es esa debacle, que no le arrebatará el poder, pero sí podrá enviar claras señales de que los mexicanos no estamos dispuestos a regresar a esquemas políticos y económicos cuya erradicación nos costó tanto tiempo y esfuerzo.

 

*Periodista, comunicador y publirrelacionista.

@AlexRdgz

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